jueves, 12 de noviembre de 2009

los riesgos de la concentración



Transitamos una dificil época en la cual la representación política cada vez más se reduce a aquellos que acceden a partir de sus habilidades «tecnócratas», puestas en marcha desde la gestión en los despachos oficiales de turno; o por aquellos que simplemente apelan a su capacidad económica y penetración multimedial, relegando de manera evidente a los cuadros con responsabilidad y compromiso territorial en sus legítimas aspiraciones de acceder a espacios de gestión, ya sean estas electivas o no.

A esta característica inaugurada hace alrededor de dos décadas, se le suma un elemento propio de los últimos años, impulsado a partir de la incursión masiva de los medios de comunicación, consolidando un modelo de campaña política que se piensa, se organiza y se ejecuta desde los parámetros multimediales, muy lejos de la participación de quienes tenemos un compromiso histórico permanente con la política desde los territorios.

Esta situación se torna aún más crítica cuando vemos que uno de los últimos refugios de militancia -si no el último-, cual es el de la fiscalización de los comicios como reaseguro de legitimidad democrática, también será prescindible a partir de la inevitable implementación del voto electrónico en un plazo que se torna cada vez más cercano.

La tendencia a la alta concentración que ya se verifica a diario y con cruda evidencia tanto en el plano económico como en el social de nuestro país, nos lleva a preguntarnos qué papel se reserva la militancia para renacer de sus cenizas y transformarse nuevamente en factor de reaseguro de la democracia, frente a este avasallamiento progresivo de la intermediación entre la gente y quienes conducen las herramientas políticas que rigen sus destinos, consolidando un proceso de alta concentración, también en la representación social.

En este sentido, creemos que la práctica política debe volver a convertirse en la polea de transmisión entre las necesidades de la gente y la capacidad del Estado para resolverlas, y en la capacitación y promoción de dirigentes y cuadros con eficacia en la gestión y conducción de políticas públicas capaces de mejorar la vida de la gente en el marco de un proyecto de Nación.

Ha llegado la hora de retomar una práctica territorial más agresiva en términos políticos, invirtiendo la actitud frente a los vecinos como respuesta más efectiva que permita conducir, al menos, aquella porción social de la que somos protagonistas y que podemos ser capaces de modificar. La unidad básica peronista deberá mudarse a la casa de cada compañero y el local partidario convertirse en «el templo» para el debate y la formación, tanto de cuadros políticos como de una nueva conciencia ciudadana.

Si fuésemos capaces de transformar la «Agrupación» en una «Organización» política, con una muy clara y definida estrategia a implementar, en el marco de un proyecto político integral, estaríamos dando los primeros pasos en esta modificación de las conductas de organización y participación política territorial.

No estamos hablando de una organización de cuadros con pretenciones setentistas -despues de todo no nos corresponde a nosotros la misión de hacer retornar al General Peron del exilio en un marco de proscripción política-, pero en los tiempos que corren, en los que el espacio de poder partidario se acumula sólo de dos maneras, o desde el dinero o desde la «unidad, la solidaridad y organizacion», la diferencia entre uno u otro también puede medirse de dos maneras, en el tiempo o en la ética.

Si en aquella epoca de resistencia la disyuntiva era «tiempo o sangre», la del presente se resume en el tiempo o la prescindencia de valores, y en ese marco sigo eligiendo el tiempo como variable peronista.

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